14 julio, 2007

Más que una heredera

Revista Qué Pasa
NEWSLETTER | Edición sábado 14 de julio de 2007

 

Esta semana, Alberto Fujimori se anotó un triunfo en los tribunales chilenos: el juez Orlando Alvarez rechazó la solicitud de extradición en su contra. El recibió la noticia junto a Keiko Sofía, su hija y brazo derecho y quien en su ausencia dirige el movimiento partidista que el ex mandatario espera utilizar como plataforma para volver a Palacio Pizarro. Cuando hoy se habla más que nunca de la resurrección del "Chino", muchos en Perú dicen que el futuro político del padre depende de la hija, una avezada en las lides del poder: a los 19 años fue primera dama y es la congresista más votada en la historia de su país.

Por  Paola Dongo desde Lima
 

Keiko Sofía Fujimori tenía apenas diecinueve años cuando sus padres se separaron y ella, la mayor de cuatro hijos, fue nombrada Primera Dama de la Nación. Era 1994. Hacía dos años que Alberto Fujimori había disuelto el Congreso y detenido a algunos de sus rivales. "El autogolpe", llamaron sus detractores a ese primer arrebato dictatorial. Hacía dos años también que Keiko había salido del colegio Recoleta, donde cariñosamente le decían Chinita. El padre era el Chino y la primogénita era la Chinita. En su precoz carrera política, fue la primera dama más joven de Sudamérica, asistía a reuniones privadas con los reyes de España, sonreía y era felicitada por Hillary Clinton, visitaba leprosarios donde besaba niños.

La hija mayor aprendía de su padre un recurso que a él lo ayudaría a ganar popularidad mientras gobernaba con mano de hierro: Fujimori se acercaba a la gente, bailaba con el pueblo, se vestía como ellos, les hacía regalos. "Un presidente como tú", era uno de sus eslóganes. Pero toda publicidad es engañosa y, en su versión 2007, el ex mandatario intenta evitar una posible extradición al Perú desde Chile (esta semana sorteó con éxito su primer round judicial: el juez Orlando Alvarez desestimó la solicitud del gobierno peruano). Entonces es su hija Keiko quien sigue haciendo excursiones a las zonas pobres -al mundo real-, ahora como congresista de la República, luego de que en el 2006 fuera elegida con más votos que ningún otro candidato en toda la historia del Perú. Keiko Fujimori es popular y cae bien.

Una sonrisa y vencerás

Todo lo hace sonriendo, pero nunca se sabe si la imagen que proyecta es natural o si forma parte de un cuidadoso sistema prefabricado para caerle bien a la gente. La hija mayor ha mantenido esa sonrisa incluso cuando la entrevistan acerca de la corrupción durante el gobierno de su padre. Ella sonríe. Tiene más de treinta años y sigue sonriendo como cuando tenía quince y él, su padre, sólo era candidato a la presidencia; y entonces ella salía de su casa con una jarra de jugo y una fuente de sándwiches para los periodistas que hacían guardia afuera. Con el tiempo, la sonrisa se ha convertido en la marca registrada de su imagen personal. Jaime Bayly le pregunta en TV, en medio de su campaña electoral para el Congreso, sobre la relación entre Vladimiro Montesinos y su padre, y la primogénita sonríe. Entrega una cocinita a gas, y sonríe.

"Ella camina por las calles y tiene una mezcla de chinita con gordita, cachetoncita, costurerita", dice el psicólogo Alejandro Ferreyros. "Es una costurerita Chanel. Lo que pasa es que no anda con la etiqueta a la vista, a diferencia de otras primeras damas que son ostentosas. Por eso genera identificación", agrega.

Sólo en Lima, existen al menos diez asentamientos humanos que se llaman como ella. Los bautizaron así cuando era primera dama y su nombre era una garantía para protegerse contra posibles desalojos. Si llamabas a tu barrio como a la primogénita del presidente, no te moverían de allí. Ahora, sin embargo, nadie en el Asentamiento Humano Keiko Sofía, Ventanilla, Callao, parece quejarse de ese nombre. "Es una mujer admirable, muy sencilla", dice una vecina del lugar. Por donde uno pregunte, qué piensas de Keiko, las respuestas son un discurso repetido. En su colegio Recoleta, alguien dice: "Era una buena chica, estudiosa. Me apreciaba". No es el director ni uno de los profesores, sino Paulina Pariona, una mujer que vende dulces afuera de ese plantel desde 1983.

"He ayudado a mucha gente... Le paso la voz a gente de mucho dinero y les pido que colaboren conmigo. Para mí es muy interesante el trabajo como congresista, en tanto no pierda el contacto con la gente", explica Keiko.

Si hay algo característico en las visitas que hace Keiko para cumplir con los pedidos que le llegan, es que a ninguna de ellas convoca a la prensa. La cobertura podría ser sólo una noticia en el diario del día siguiente, pero lo que parece hacer es trabajar pensando en el largo plazo. Ella no lo dice. Si le preguntas: cuál es tu meta cuando termines los cinco años en el Congreso, no te responderá: "Postular a la presidencia"; no, jamás te diría eso. La hija Fujimori te respondería: "Quiero terminar mi maestría y ser mamá".

Antes, cuando tenía diecinueve años y era primera dama, decía: "Si un día fuera presidenta, voy a ocuparme principalmente de los niños, pero antes tengo que ganar experiencia". Con la experiencia suficiente, su vida actual parece repetir las estrategias de su padre: visitar a la gente y sembrar regalos, generar rumores positivos; lo que en el marketing se llama estrategia de boca a boca: que las vecinas hablen entre ellas, que los niños de los comedores populares escuchen leyendas sobre la sonriente Keiko, que esa bondad -calculada o no- se multiplique entre los electores. "La estrategia de la cocinita", la llamó la editora de un periódico del Perú. Regala una cocina y vencerás.

"Chinita robotita"

-¿La señora a la que vamos a visitar sabe que no tenemos mucho tiempo, no? 
-Sí, Keiko, ya hablé con ella-, le responde la asesora.

-¿Y qué es lo que se está celebrando?-, vuelve a preguntar la congresista.
-Es el aniversario del comedor.

-¿Y el nombre del comedor cuál es?
-Es la Organización Distrital de los Comités de Vasos de Leche de Villa El Salvador.

-¿Y con quién voy a hablar?
-Con la presidenta de la organización.

Hay en Keiko Sofía una aparente necesidad de siempre querer estar preparada para lo que venga. Los errores no están permitidos, ni siquiera previstos. Según los que la conocen desde niña, esos deseos de tener todo bajo control siempre han sido parte de cualquier acto de su vida. Cuando fue elegida integrante de la selección de vóley de su colegio, se dedicó a buscar en ese deporte la perfección. Kenyi Gerardo, el menor de los hijos Fujimori, dice que ése podría parecer un reto muy pequeño, pero su hermana, que le lleva cinco años, no se permitía fallar. Su padre aún no era Presidente de la República y Sachi Marcela, la penúltima de los hermanos, la ayudaba a entrenarse en casa.

"La Kei fue la que me enseñó a jugar desde chiquita y sacaba fortísimo", dijo Sachi, entre risas, unos meses después de que su hermana saliera elegida congresista. "Pero cuando yo le reclamaba por eso, ella me respondía que así iba a aprender".

Una vez que su padre fue elegido presidente, las prácticas de vóley las hacían en uno de los patios de Palacio de Gobierno, formando equipos de seis personas cada uno, junto a su mejor amiga del colegio, Wendy Takahashi, y a los integrantes de la escolta de seguridad encargada de cuidar a los hijos del presidente.

Celmira Sánchez, quien era miembro de esa seguridad desde 1991, dice que, al principio, a sus colegas se les hacía incómodo jugar con la hija del que entonces era su "jefe". Sin embargo, con el tiempo, ellos mismos eran los que le proponían jugar. Toda la seguridad de Palacio adoraba a la hija mayor. "Daría mi vida por Keiko; no una, sino mil veces", dice ahora Celmira, quien dejó ese trabajo cuando Fujimori renunció a la presidencia desde Japón y la primera dama-hija mayor tuvo que abandonar el cargo.

Karla Odesso vive en Miami y fue compañera de colegio de la congresista. Ahora, por e-mail, recuerda que cada lunes de quinto de secundaria los alumnos debían llevar una noticia del periódico y contársela a la clase. La mayoría de las veces, nadie cumplía con esa tarea, pero Keiko los sacaba de apuros porque siempre llevaba más de una noticia. "Cuando era algo referente a Palacio de Gobierno, todos en la clase nos reíamos y le decíamos a la profesora que no era justo, pues ella vivía allí", dice Odesso.

Otro compañero de su clase, Óscar Alvarado, cuenta que él fue blanco de "burlas y humillaciones públicas" durante esos años escolares. "Pero Keiko nunca me dejó de hablar como muchos sí lo hicieron", dice. Franco Torterolo, quien también estudió en el colegio con la hija de Fujimori, dice que se caracterizaba por ser la alumna que más ayudaba a los demás compañeros en cursos difíciles como Matemáticas. "La imagen que se tenía de ella era la de un cerebrito, inteligente. Yo me acuerdo de Keiko como una chinita robotita", cuenta. Wendy Takahashi, su mejor amiga, recuerda las madrugadas en que, dormida entre libros y cuadernos en la alfombra del dormitorio de Keiko, en Palacio, se despertaba de casualidad y la veía "chancando y chancando", que es como se le dice en el Perú a estudiar con exageración.

En muchas ocasiones, fue el propio presidente quien, al escuchar bulla en la noche, entraba al dormitorio de su hija mayor y le aconsejaba irse a dormir.

"Deja de fumar"

Keiko Fujimori siempre ha querido ser la mejor. Una noche, meses después de casarse en el 2004 con Mark Villanella, un administrador de empresas estadounidense de ascendencia italiana, Keiko Sofía le preguntó a su esposo qué era lo que le faltaba para convertirse en la mujer perfecta. "Dejar de fumar", él le respondió. La hija de Fujimori se compró parches y chicles antitabaco y, poco después, dejó de fumar para siempre.

"No recuerdo un momento en el que mi padre no nos haya inculcado ser mejores que los demás", dijo un día Keiko Fujimori. "No hay razón para que yo no lo fuera".

Es de las primeras parlamentarias en llegar al Congreso y, si por algún motivo te hace esperar cinco minutos, te ofrecerá disculpas hasta estar segura de que las has aceptado. No lleva maquillaje o, al menos, no más del indispensable. No viste ropa llamativa ni tiene un corte o color de cabello distinto al que ha llevado durante años. Sin embargo, al llegar a algún lugar público causa la misma reacción que cualquier artista o estrella de televisión. La gente voltea a verla, la señala, grita su nombre, la quieren tocar y hay quienes incluso lloran. Sí. Hay quienes lloran cuando ven a Keiko Sofía Fujimori. Lloran cuando ella habla en los mítines de su partido.

Vladimiro, el enemigo

"Mi dieta se llama Vladimiro Montesinos", recuerda Cecilia Mosqueira, esposa de un ex ministro del gobierno de Fujimori, que le respondió Keiko a la pregunta de cómo había hecho para adelgazar tanto.

Era el 2001, ocho meses después de que el tercer y último gobierno de Fujimori terminara en medio de una de las peores crisis políticas de la historia del Perú. Durante esos últimos tiempos de crisis, en las marchas estudiantiles en contra del régimen, se escuchaba el grito: "El pueblo tiene hambre y Keiko está muy gorda".

Pero la primogénita Fujimori ya había adelgazado y ahora cumplía 26 años. Para celebrarlo, había reunido a algunas de las esposas de los ex ministros de su padre y a sus dos fieles asesoras, "Las Chicas Superpoderosas", en un restaurante japonés en Lima. "Se le veía demacrada", cuenta Mosqueira, aunque seguía sonriendo. No era para menos. Luego de que se descubrieran los videos en los que el asesor de Inteligencia de su padre, Vladimiro Montesinos, compraba funcionarios y opositores con dinero del Estado, nada volvería a ser igual para los Fujimori.

Cuando se hizo público el primer vladivideo, en setiembre del 2000, el presidente convocó a sus ministros para una reunión de emergencia en su oficina de Palacio. Según Keiko, su padre aún no tomaba una decisión respecto a qué debía hacer con su propio gobierno. José Chlimper, entonces ministro de Agricultura, recuerda que todos los ministros se sentaron en la oficina formando una media luna y, en el centro de ésta, quedó Fujimori. Mientras algunos ministros le aconsejaban que fuera drástico y definitivo con Montesinos, la primera dama ingresó a la sala, se sentó junto a su padre e interrumpió la conversación. Según Edgardo Mosqueira, quien era ministro de Trabajo en ese momento, Keiko le dijo a su padre -en tono enérgico- que él tenía que destituir a todos los comandantes generales del Ejército. "El presidente sólo se limitaba a mirarla -cuenta Mosqueira, seis años después-, pero de alguna forma se veía que le prestaba mucha atención a las palabras de la hija". José Chlimper, ahora en la oficina de la empresa agrícola de la que es presidente, dice que la hija de Fujimori "tenía una posición muy clara, muy dura, de diferenciación y de distanciamiento permanente. El padre la escuchaba y, desde el momento en que ella estaba ahí y participaba, quería decir que se le tomaba muy en cuenta".

Chlimper recuerda que fue Keiko, y no su padre, quien le había advertido, al día siguiente de que él fuera nombrado ministro, en julio del 2000, sobre el papel que Montesinos desempeñaba en el gobierno. "¿Ya lo llamó el doctor?", dice Chlimper que le preguntó Keiko. Cuando éste le respondió que no, ella le advirtió que si llegaba a recibir esa llamada, debía saber que Montesinos era un simple asesor. "Lo que ella me dijo ese día sembró una pepita que luego germinó y fue lo que me hizo tener más cuidado. De ahí viene mi lealtad con Keiko", cuenta Chlimper.

Según un actual asesor de la congresista Fujimori -quien trabaja junto a ella desde que era la primera dama- esa reunión con Chlimper formaba parte de un "plan secreto" ideado por Keiko para poner en contra de Montesinos a todos los allegados a su padre.

Triturando papeles con papá

Keiko Sofía tenía sólo veinticinco años, pero ya movía influencias alrededor del presidente. "Las esposas de los ministros son las personas que más pueden influir en ellos", era, según ese asesor, lo que pensaba la hija mayor. A partir de entonces, la primera dama empezó a organizar lonches para invitar a las esposas a conversar sobre los problemas sociales del país. Se comenzó a generar una confianza entre ellas. En uno de esos lonches, Thaís Chlimper, esposa del ministro de Agricultura, le regaló el libro Las siete leyes espirituales del éxito, del gurú de la autoayuda Deepak Chopra. Cuenta Thaís Chlimper que Keiko la llamó a los pocos días y le dijo que el libro lo iba a llevar consigo toda la vida como una guía.

En la revista estadounidense The Fletcher Forum of World Affairs, John Hamilton, ex embajador de ese país en Perú desde 1999 hasta el 2002, escribió que en los meses previos a la crisis, la hija mayor de Fujimori había escapado del rol tradicional de una primera dama para expresar públicamente su posición política, y que además buscaba el apoyo del gabinete de ministros de su padre para sacar a Vladimiro Montesinos de su puesto de poder.

En las reuniones privadas que Hamilton tenía como embajador con el presidente Fujimori, Keiko estaba presente. Alberto Fujimori -escribió el embajador- le dijo que ella era una de las únicas personas en las que él confiaba. El periodista Luis Jochamowitz, autor de los libros Ciudadano Fujimori y Vladimiro: vida y tiempo de un corruptor, dice que uno de los aparatos preferidos del ex presidente desde que llegó al gobierno fue una máquina trituradora de papel que no dejaba pruebas de nada. Su hija mayor cumplía casi el mismo rol de preservar los secretos. Lo que su padre le decía era procesado como en una máquina trituradora de papel.

Aún en esos meses (previos a la crisis) yo y mi padre teníamos una relación muy cercana-, cuenta Keiko, a los pocos días de haber sido elegida congresista, en mayo del 2006. "Desayunábamos juntos a pesar de nuestras discrepancias en la forma de pensar y de mis críticas abiertas a Montesinos. Siempre nos mantuvimos unidos. Desde niños, él escuchaba nuestra opinión, por muy ingenuos que hayamos sido de pequeños".

La onerosa "beca Fujimori"

El tercer gobierno de Alberto Fujimori no había alcanzado ni siquiera los cuatro meses cuando él renunció desde Japón.

"Todo se me vino abajo cuando recibí la llamada de mi padre desde Japón", dice ahora Keiko, sentada en la sala de la casa en la que vive con su esposo. "Durante dos días le dije que recapacitara, que si él iba a tomar una decisión lo hiciera desde acá, que no me dejara sola con todo".

Dice que lloró y le suplicó que volviera. En los días que siguieron recuerda que ya no podía llorar más, como si estuviese seca por dentro. Días después de aquella llamada, la primogénita, sentada en una habitación del sótano del Palacio de Gobierno, embaló, uno por uno, todos los regalos que su padre había recibido durante diez años: artesanías, cuadros, placas conmemorativas. Cada regalo, dice Keiko, le hacía recordar el momento justo en que su padre lo había recibido. Sentía mucha nostalgia. Después reunió a los empleados que habían servido a ella y a su familia y, sin sonreír, se despidió de ellos. Una de sus asesoras recuerda que cuando se despidió de sus empleados, Keiko les pidió que "no dejaran de confiar en el ingeniero (en su papá), que él seguiría velando por todos ellos desde donde estuviera".

A la congresista Keiko le han preguntado en cientos de entrevistas acerca de la corrupción que acabó con el gobierno de su padre. Cientos de veces ha respondido lo mismo: "Mi padre es inocente". Y sonríe. Sólo eso.

Pero en el pasado de los Fujimori, no sólo el patriarca tendría más de un asunto pendiente por contestar. Keiko, cuando tuvo que asumir el papel de primera dama, estudiaba Administración de Empresas en la Universidad de Boston. Años después, sus tres hermanos también se irían a estudiar a EE.UU.  Sin incluir los gastos de pasajes, vivienda y alimentación, los estudios de los Fujimori costaron más de US$ 400 mil. ¿Cómo el presidente podía costear esos estudios si su sueldo, según él mismo declaró, era de menos de setecientos dólares? "(Keiko Fujimori) se educó en Estados Unidos con la plata sustraída a los peruanos. Y ahora le regalan un escaño", escribió el periodista de investigación Ángel Páez en el diario La República, poco después de que ella fuese elegida congresista.

Keiko Sofía sonríe cada vez que le preguntan sobre el tema. No parece incomodarse con ello. En todo caso, sabe que, al haber elegido la política, tendrá que seguir respondiendo de esa manera, sin responder del todo.

"Mami, piensa en nosotros"

"Cuando mi papá renunció a su cargo -dice Keiko en su casa- me dije que ése era el momento perfecto para hacer lo que me gusta". Quería poner una empresa "en la que nadie me fastidie". Se casó con el norteamericano Mark Villanella, estudiaba una maestría en EE.UU., todo iba de acuerdo con sus planes hasta que su padre, ya detenido en Chile, le pidió que regresara a Perú y liderara su partido político.

Según Keiko, ella lo dudó y conversó por horas con su esposo. Pero al final, dice, tuvo que aceptarlo. Los pedidos del padre, para la mayor de los Fujimori, son "deberes y responsabilidades" que deben cumplirse. Así lo había hecho muchos años antes, cuando recién empezaba el proyecto político de Fujimori. Keiko aún no cumplía los quince años y era la secretaria personal más joven y más cercana a su padre, candidato a la presidencia en 1990: la hija mayor repartía, junto a sus hermanos y primos, por las calles de Lima, calendarios y afiches del partido Cambio 90 con el rostro del entonces desconocido Fujimori. También pintaba paneles de propaganda, acompañaba al candidato en sus viajes al interior del país, en sus recorridos en un tractor al que llamaron Fujimóvil, y hasta se encargó de mecanografiar las ideas que su padre usaría en el debate televisado contra su oponente, el escritor Mario Vargas Llosa.

Ya como hija del presidente, cuando su madre, Susana Higuchi, denunció que la torturaban en Palacio de Gobierno, ella, Keiko, decidió reemplazarla como primera dama y declaró en una entrevista televisada: "Mami, como te lo dije una vez, antes de hacer algo piensa en nosotros, tus hijos, que te queremos mucho. Tú sabes a lo que me refiero". ¿De qué lado estaba la primogénita Fujimori?

Ahora, sentada en su curul del Congreso de la República, si voltea hacia su izquierda, encontrará a Carlos Raffo, el publicista de Alberto Fujimori y creador de la pegajosa canción de tecnocumbia llamada "El ritmo del Chino, Chino, Chino, Chino". Si voltea hacia la derecha, puede conversar con el hijo de uno de los mejores amigos de su padre y fundador del partido Cambio 90, Renzo Reggiardo. Si mira hacia atrás, allí está Víctor Rolando Sousa, uno de los abogados de su padre y, junto a él, Alejandro Aguinaga, ex ministro de Salud del gobierno de Fujimori y, muy cerca de él, su tío Santiago Fujimori, hermano del ex presidente. Todos sentados en torno a ella, presidenta de los trece integrantes que conforman su grupo político en el Parlamento. "Es una bancada patrimonial -dijo Fernando Rospigliosi, periodista y ex ministro del gobierno de Alejandro Toledo-, donde está la hija, el hermano, el abogado, el empleado; y que tiene un objetivo: defender a Alberto Fujimori y a la mafia fujimorista".

Puede ser. En todo caso, no es posible saber si es que la hija mayor ha asumido de verdad el liderazgo de su grupo político o si sólo es un reemplazo temporal, y mucho más carismático, de su papá.


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